El fragmento siguiente se llama “Final para un cuento fantástico “ y es del escritor A. Irelan, inglés y nacido en 1871:
-¡Que extraño! -dijo la muchacha , avanzando cautelosamente-
¡Qué puerta más pesada! - La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte el lado de adentro.
¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha
Pasó a través de la puerta y desapareció.
Los chicos de 6to A trabajaron en el área Prácticas del Lenguaje con este texto debiendo escribir un cuento para este final. A continuación les mostramos el cuento realizado por Nicolás Colosimo.
Hace muchos años en una escuela del sur de la provincia de Buenos Aires, se conocieron Augusto y Francesca.
Los dos cursaban 6 º año, el era flaco y alto, de cabellos castaños; ella muy rubia y siempre pálida.
En el curso empezaron a notar que al volver del recreo la puerta se cerraba sola. Primero pensaron que era algún compañero que estaba haciendo una broma, pero después de un tiempo, sin descubrir por qué pasaba eso comenzaron a acostumbrarse y simplemente disfrutaban del espectáculo.
Augusto terminó sus estudios y se recibió de astrónomo.
Unos años después se mudó a un nuevo vecindario. Frente a su nueva casa había una mansión abandonada. Era enorme, se veía que había sido muy hermosa pero el tiempo y el abandono la hacían verse lúgubre.
Todos los días Augusto la miraba porque había algo, una sensación que lo atraía. De noche le parecía ver que la luz de la luna entraba en forma especial para iluminar un cuarto que tenía la ventana entreabierta.
Unos meses más tarde se mudó al mismo barrio Francesca, su excompañera. Cuando Augusto la encontró en la calle, la reconoció enseguida y quedó asombrado cuando ella le dijo que desde ahora vivía en la casona que tanto lo atrapaba. La intriga lo llevó a aceptar rápido la invitación a cenar.
A la noche siguiente Augusto tocó el timbre.
- ¡Buenas noches Francesca! – dijo él.
Ella lo saludó distante.
- ¡Qué casa tan especial! , debo admitir que siempre me intrigó. – comentó mientras miraba los cuadros y la gran escalera de mármol.
El lugar estaba frío y húmedo, y un olor nauseabundo llenaba el ambiente. Provenía del cuarto que tenía la luz encendida.
Por fin al pasar por ese cuarto raro, él entró primero y cuando pasaron intentaron cerrar la puerta.
-¡Que extraño! -dijo la muchacha , avanzando cautelosamente-
¡Qué puerta más pesada! - La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte el lado de adentro.
- ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha
Pasó a través de la puerta y desapareció.
-¡Que extraño! -dijo la muchacha , avanzando cautelosamente-
¡Qué puerta más pesada! - La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte el lado de adentro.
¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha
Pasó a través de la puerta y desapareció.
Los chicos de 6to A trabajaron en el área Prácticas del Lenguaje con este texto debiendo escribir un cuento para este final. A continuación les mostramos el cuento realizado por Nicolás Colosimo.
Hace muchos años en una escuela del sur de la provincia de Buenos Aires, se conocieron Augusto y Francesca.
Los dos cursaban 6 º año, el era flaco y alto, de cabellos castaños; ella muy rubia y siempre pálida.
En el curso empezaron a notar que al volver del recreo la puerta se cerraba sola. Primero pensaron que era algún compañero que estaba haciendo una broma, pero después de un tiempo, sin descubrir por qué pasaba eso comenzaron a acostumbrarse y simplemente disfrutaban del espectáculo.
Augusto terminó sus estudios y se recibió de astrónomo.
Unos años después se mudó a un nuevo vecindario. Frente a su nueva casa había una mansión abandonada. Era enorme, se veía que había sido muy hermosa pero el tiempo y el abandono la hacían verse lúgubre.
Todos los días Augusto la miraba porque había algo, una sensación que lo atraía. De noche le parecía ver que la luz de la luna entraba en forma especial para iluminar un cuarto que tenía la ventana entreabierta.
Unos meses más tarde se mudó al mismo barrio Francesca, su excompañera. Cuando Augusto la encontró en la calle, la reconoció enseguida y quedó asombrado cuando ella le dijo que desde ahora vivía en la casona que tanto lo atrapaba. La intriga lo llevó a aceptar rápido la invitación a cenar.
A la noche siguiente Augusto tocó el timbre.
- ¡Buenas noches Francesca! – dijo él.
Ella lo saludó distante.
- ¡Qué casa tan especial! , debo admitir que siempre me intrigó. – comentó mientras miraba los cuadros y la gran escalera de mármol.
El lugar estaba frío y húmedo, y un olor nauseabundo llenaba el ambiente. Provenía del cuarto que tenía la luz encendida.
Por fin al pasar por ese cuarto raro, él entró primero y cuando pasaron intentaron cerrar la puerta.
-¡Que extraño! -dijo la muchacha , avanzando cautelosamente-
¡Qué puerta más pesada! - La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte el lado de adentro.
- ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha
Pasó a través de la puerta y desapareció.
Comentarios
Publicar un comentario